03 junio 2013

Crónicas de Valsorth - Turno 36

TURNO 36 – Veintisiete de febrero del año 340, montañas Kehalas.


Ya ha pasado la medianoche y los habitantes de Eras-Har se refugian en sus casas del frío y la nieve. Al final, el grupo se hospeda en La Tentación Real, donde toman una buena cena caliente y pasan la noche en el agradable salón principal. Los gemelos Gulfas y Erio, los dueños del local, conversan con los clientes, pero sin duda la noticia del día es la desaparición del hijo de un mercader local.
- Sin duda es otro rapto –dice un comerciante algo bebido-. Las calles no son seguras por las noches. Ya van cuatro desapariciones en lo que llevamos de año… algo está pasando, y los Yelmos Negros del capitán Orlant están demasiado ocupados con las refriegas contra los orkos como para investigarlo.
- Oh, esa sí que es una buena historia –sonríe Gulfas, que al igual que su hermano es un hombre de unos cuarenta años, grueso y de abultadas carnes-. Del tipo de historias que atrae a más clientes a la taberna.
- Un cliente mío vio a los culpables de los raptos –sigue el comerciante-. Se trataba de un grupo de encapuchados, que le asaltaron en una calle del Agujero de Ratas… pudo escapar de milagro –finaliza el hombre y da un torpe trago de su exigua cerveza.

Mientras, en el Picho y la Jarra, Olf se dirige a la mesa de los tres bárbaros, con una jarra en la mano.
- Buenas, hermanos. ¿Cuánto hace que estáis por estos lares, y cuales han sido vuestras últimas empresas? –les dice.
Los bárbaros le miran dubitativos, y responden sin demasiadas ganas.
- Somos soldados que trabajamos para los Yelmos Negros –dice el más veterano, un fornido guerrero de pelo y barba rubia recogida en varias trenzas.
- Quizás podría ayudaros –se ofrece Olf-. Busco trabajo.
- Mira, no has de hablar con nosotros. Si quieres alquilar ese hacha que llevas a la espalda, preséntate en el fuerte de la milicia. Y ahora si nos permites, queremos disfrutar de la noche en paz.
Los bárbaros no se muestran muy amigables con Olf, por lo que el cazador se sienta a una mesa y empieza a pedir cervezas mientras contempla el espectáculo que ofrece la taberna (gastas 2 mp).
Una mercenaria elfa es la atracción de la noche. Se trata de una arquera vestida en tonos castaños, que luce una cicatriz en la mejilla además de tener cortada una de su puntiagudas orejas. La mujer explica la batalla que ha tenido lugar durante el día en las barricadas que hay al nordeste de la ciudad.
- Los orkos se lanzaron en tromba al amanecer –dice la mujer, disfrutando de la atención de los bebidos soldados-. El sargento Dele’Or se quedó sin palabras al ver a más de cien enemigos saltar sobre nuestra posición.
- Ja, ese imbécil se debe haber meado en los pantalones –se burla un yelmo negro fuera de servicio.
- Las flechas negras de los orkos caían tan numerosas como los copos de nieve –perdimos a varios soldados, pero aguantamos y matamos a decenas de esas criaturas. Yo acabé la jornada sin ni una sola flecha, y recogiendo las flechas orkas para devolverlas.
- Oh, Erisal, eres la mejor –sonríe otro beodo soldado.
Entonces Olf se acerca tambaleante al grupo, y alza su jarra de cerveza.
-Brindemos por la elfa guerrera –proclama (tiras diplomacia, sacas un 8).
La elfa y los soldados le miran un instante, para al momento obviarlo y seguir hablando entre ellos.

Por la mañana, Fian sale de la posada tan buen punto amanece y se dirige a la abadía de Sant Foint y ofrece sus servicios. Antes, comenta con Orun y Mirul de quedar a las 12 en la plaza del Homenaje para ir juntos a entregar el documento al capitán Orlant.
El templo en honor de Korth es una imponente abadía que se alza al final de la calle de las Vasijas. Se trata de un edificio formado por una gran iglesia en forma de cruz, en cuyo extremo se alza un campanario que se eleva en el cielo gris. Lo que en otro tiempo fue un lugar de recogimiento y plegaria es ahora, debido a la guerra, un improvisado hospital, con los bancos atestados de gimientes heridos, entre los que se apresuran los clérigos y curanderas para atenderles.
- ¿Qué deseáis hermano? –le pregunta uno de los monjes, que lleva una pila de paños ensangrentados.
- Vengo a ofrecer mis servicios –responde Fian.
- Como veis, necesitamos toda la ayuda posible. Si queréis algo, hablad con el Abad, que se encuentra en su despacho, ahí a la izquierda.
Fian pide permiso a los monjes y se presenta ante el abad. Es un hombre muy mayor, de rostro apergaminado y repleto de arrugas, cuyos ojos translucidos parecen no ver más que un atisbo de lo que le rodea. Fian saluda con una reverencia y explica su intención de servir a Korth.
- Sí, tu ayuda nos será muy útil –asiente el anciano-. Tenemos mucho trabajo, pero el principal es curar a los heridos que esta larga guerra arroja a nuestras puertas cada día. Si pudieses unirte a los hermanos a curar a los heridos, te estaríamos muy agradecidos.
Fian explica que tiene un encargo urgente, pero que intentará volver más tarde.
Por su parte, Orun va a echar un vistazo a los herreros y armeros de la ciudad, en busca de alguna espada, pues sabe que su cadena no será muy útil contra enemigos acorazados. El salvaje encuentra una herrería donde venden espadas de buena calidad, y se hace con dos espadas cortas por algo menos de 20 monedas de plata (pierde 20 mp).

A mediodía, los cuatro aventureros se reúnen en la plaza del Homenaje, frente al palacio de invierno, la lujosa mansión donde vive la gobernante de la ciudad. Olf llega con evidentes muestras de resaca, y algo de mal humor, pero juntos se dirigen a ver al capitán Orlant. Un enorme edificio de piedra alberga el fuerte de la milicia de la ciudad. Se trata de una construcción antigua, erigida en su momento por los caballeros de Stumlad, pero que ahora sirve de guarnición de los guardias de la ciudad, los yelmos negros, así como refugio para la ingente cantidad de mercenarios y espadas a sueldo que llegan cada poco tiempo a Eras-Har.
Al identificarse ante los soldados de la puerta, les escoltan escaleras arriba hasta el despacho del capitán. Es un hombre de aspecto cuidado, pelo bien cortado y rostro afeitado, que viste una inmaculada armadura de los caballeros de Stumlad.
- Bien, muchas gracias por traer este mensaje –les dice-. Veo que sois aventureros, en ese caso quizás os interese entrar a formar parte de la milicia. Para acceder a los yelmos negros tan sólo se requiere no tener cuentas pendientes con la justicia de la ciudad, pasar una breve entrevista, así como prestar juramento de defender la ciudad. Un soldado recibe una paga de 2 monedas de plata por día, aunque incluye la comida y un catre para dormir en la sala común del fuerte. El trabajo consiste en formar parte de las patrullas que vigilan la ciudad, desde el amanecer al atardecer, y cada siete días de servicio tienen un día libre.
El grupo agradece la oferta, pero se despide del capitán prometiendo pensar en ello, una vez en la plaza, se encuentran bajo la ligera nieve que cae bajo un cielo gris del mediodía.





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